Ayer, 12 de septiembre, a la madrugada, partió Néstor Perrone después de un prolongado sufrimiento que, como bien expresó su sobrina Alejandra, transitó en sus últimos años con mucho estoicismo, brindando lecciones de vida hasta sus momentos finales; conservó su permanente y característico sentido del humor y su bonhomía tan propia del médico rural, que nunca dejó de ser.
Nuestro fuerte vínculo empezó a principios del fatídico 1976, en la Escuela de Salud Pública de la Facultad de Medicina, cuando cursé el posgrado que él y Elsa Moreno coordinaban. En 1983, cuando Alfonsín ganó las elecciones y regresamos a la democracia, me convocó para secundarlo en el Ministerio de Salud en la Dirección de Planificación, para apoyar al Ministro Aldo Neri. A partir de entonces, nuestra relación fue de colegas y amigos. Hemos compartido muchos escenarios de trabajo, no sólo en la creación de CEADEL en Argentina, sino también en varios países de América Latina y Caribe, cuando conformamos el notable equipo evaluador en la Fundación W.K . Kellogg.
Fue sobre todo mi maestro, pero supimos superar ese vínculo de docente-alumna, para construir una entrañable amistad. Nunca dejé de aprender de él, de sus máximas y sus anécdotas sureñas y sobre todo de su discreción y sus conductas austeras. Un ejemplo de vida, coincido con su sobrina.
Me había prometido que aguantaría hasta poder ir a votar, aunque fuera en su silla de ruedas y con doble barbijo, en las elecciones primarias y luego en las legislativas, pero en la madrugada del día de las primarias nos abandonó, sin poder cumplir su promesa y sin que yo pudiera despedirlo ni reiterarle mi amor y mi admiración. Los miembros fundadores de CEADEL lo extrañaremos.
Olga Nirenberg