¿PUEDE HABER EVALUACIÓN SIN EVALUADORES? El perfil poliédrico de los evaluadores

Reflexiono en estas dos páginas sobre una cuestión recurrente en los escenarios de las Evaluaciones Participativas (EP), donde es frecuente afirmar que los actores implicados en las intervenciones son quienes deberían evaluar sin que los evaluadores profesionales nos inmiscuyamos en sus procesos evaluativos. Mi respuesta a esas afirmaciones y al título interrogativo que encabeza esta nota es que los evaluadores, en lugar de dar un paso al costado olvidando ejercer nuestro oficio o reduciéndolo al mínimo, debemos enriquecer las múltiples facetas de nuestro rol en los contextos de la EP.

Comienzo manifestando mi coincidencia acerca de que en la EP el protagonismo principal debe ser de los múltiples actores que tienen o han tenido vinculación con la intervención evaluada, especialmente de los destinatarios ya que sus voces no siempre son debidamente escuchadas o tomadas en cuenta.

Dicho lo cual, aclaro que en mi experiencia la participación (tanto en la evaluación de intervenciones, como también en otras instancias) no suele ocurrir espontáneamente sino que muy a menudo debe ser convocada, promovida, organizada, sostenida en el tiempo. Eso es aún más probable en los casos de aquellas intervenciones que previamente no transitaron por procesos participativos para su formulación y/o implementación.

El protagonismo de esos actores en la evaluación se funda en motivos epistemológicos, porque son quienes más conocen la intervención en cuestión, de modo que sus saberes y diferentes puntos de vista son relevantes para alcanzar más y mejor conocimiento sobre la intervención evaluada y su contexto; pero también hay fundamentos axiológicos, porque involucrarse en cuestiones que afectan las condiciones en las que transcurre la propia vida es un valor social, un derecho humano; y además hay motivos pragmáticos, porque participar produce concientización, empoderamiento y compromiso por parte de esos actores, influyendo así en aumentar la viabilidad de concreción y la efectividad de las recomendaciones evaluativas para la mejora.

Como sucede para cualquier otra evaluación, un requerimiento de validez para la EP es que cuente con rigor metodológico ya que eso es exigible por parte de las agencias donantes, pero también lo es de las comunidades y los actores que se involucraron en la intervención evaluada, pues todos comparten la afirmación de que contar con mejor conocimiento, basado en información de calidad (pertinente, confiable, actualizada), permite recomendar acciones más eficaces y viables para la mejora.

El rigor metodológico implica, entre otras cuestiones, que los juicios valorativos y las recomendaciones de la evaluación se apoyen en evidencias e información de calidad, para lo cual es necesario desarrollar procedimientos, técnicas e instrumentos apropiados. Pero los pobladores y demás actores implicados raramente cuentan con esas capacidades y habilidades para desarrollar los aspectos metodológicos, algunos bastante complejos, de modo que una evaluación pueda realizarse con el rigor exigible para que sus juicios valorativos y recomendaciones adquieran validez.

Para alcanzar ese rigor, sugiero reflexionar sobre el papel que en un contexto participativo debe asumir el evaluador, ya sea que se trate de un individuo o un equipo; enseguida planteo varias sugerencias para iniciar ese proceso de reflexión.

En términos generales, como se dijo al inicio, ese papel es el de facilitar y promover los procesos evaluativos. Para especificar esa afirmación general agrego que consiste en apoyar y acompañar a los actores implicados a lo largo del proceso evaluativo en diversos aspectos, especialmente los metodológicos; intento detallarlos a continuación, para los distintos momentos de la gestión evaluativa.

  • En la etapa de formulación o diseño de la EP, los aspectos metodológicos que debiera apoyar son:
    • Modalidades para identificar, caracterizar y convocar a los diversos actores a implicar en la EP.
    • Determinación sobre qué evaluar: dimensiones, variables e indicadores.
    • Formulación de las preguntas que la EP debe responder, en consonancia con lo anterior.
    • Elección de las técnicas adecuadas, según ventajas y desventajas, para obtener información de calidad.
    • Identificación de las principales fuentes donde obtener la información.
    • Diseño de los instrumentos y protocolos de aplicación para obtener la información (primaria y secundaria), así como para su sistematización, procesamiento y análisis.
    • Programación del proceso de la EP: pasos a seguir, procedimientos, tiempos, secuencias, distintos recursos, responsables, participantes y costos.
  • Durante la etapa de implementación de la EP los principales aspectos metodológicos a apoyar serían:
    • Monitoreo del cumplimiento de lo programado, para evitar o explicar desvíos.
    • Introducción de modificaciones a lo programado en casos necesarios.
    • Aplicación correcta de instrumentos, según protocolos, para obtención de información de calidad.
    • Registro sistemático de procesos y resultados (actividades, participantes, productos, efectos, obstáculos, etc.).
    • Procesamiento, consolidación y análisis de la información obtenida.
    • Criterios de valoración para emitir juicios evaluativos y para priorizar problemas a abordar.
    • Formulación de recomendaciones para acciones de mejora o superación de los problemas priorizados.
    • Preparación de informe preliminar para su revisión colectiva; introducción de ajustes y redacción final.
    • Socialización de los resultados y las recomendaciones por diversos medios.
  • En todo momento del proceso de la EP, más allá de su faceta metodológica, el evaluador también debería brindar apoyo relevante en:
    • Detección de habilidades y carencias en los actores implicados.
    • Fortalecimiento de personas e instituciones para dejar capacidades instaladas, de modo de promover avances en la autonomía de los actores en materia de evaluación.
    • Promover la voz de aquellos actores que suelen ser más silenciosos.
    • Articulación, intermediación y facilitación de puentes entre actores, particularmente entre los integrantes del equipo de gestión de la intervención, sus destinatarios, las autoridades y los donantes.

En resumen, opino que en escenarios participativos los evaluadores además de desempeñarnos como facilitadores y promotores de los procesos, deberíamos potenciar esa importante faceta de nuestro perfil poliédrico, que es el de ser metodólogos, lo cual nos emparenta con los investigadores e imprime rigor y confiabilidad a las evaluaciones; tampoco deberíamos descuidar otras dos facetas nuestras, una como capacitadores no convencionales, que ayuda a concretar una de las finalidades de toda evaluación que es producir aprendizajes desde la práctica, a la vez que ayudamos a instalar capacidades y habilidades en los actores implicados; y otra como intermediadores y promotores de espacios de intercambio entre actores, para las reflexiones conjuntas, discusiones y acuerdos, pues de eso se trata en buena parte la participación: de la confluencia de diferentes miradas e intereses para arribar a acuerdos.

Por todo lo dicho, recomiendo que las evaluaciones participativas se realicen, siempre que sea posible, con el apoyo y acompañamiento de evaluadores que cuenten con el perfil sugerido.

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