IMPACTOS DEL COVID-19 EN LA EDUCACIÓN Y LA EVALUACIÓN

En este artículo actualizo la respuesta que el año pasado escribí ante una invitación de Pablo Rodriguez Bilella, en septiembre del 20201 acerca de repensar estrategias para afrontar las actividades de evaluación en general y en particular de la evaluación participativa, en los contextos del covid-19 que padecemos, quién más, quién menos, en los países de la región de Latinoamérica y Caribe (LAC). Me focalicé, entonces y ahora, en la Argentina, país donde vivo. En aquella oportunidad mi respuesta se fue deslizando al campo educativo y eso persiste ahora.

Comencé contando entonces que a finales de marzo o principios de abril 2020, a poco de iniciarse el prolongado aislamiento de ese año, padecí fiebre alta, congestión y fuertes dolores de garganta; el médico de las emergencias domiciliarias de mi cobertura médica que vino a verme diagnosticó una angina; expresé mi alivio de que no fuera covid-19 y el agrio comentario del profesional fue: “actualmente hay muchas anginas, es casi una epidemia, pero dejaron de existir las otras enfermedades para la medicina… sólo existe el covid-19”.

En efecto, en Argentina enseguida se suspendieron los controles preventivos y, peor aún, la atención misma por otros problemas de salud; por mencionar sólo algunos: los problemas cardiovasculares, los oncológicos, los mentales; hasta la vacunación de los niños disminuyó entre el 35 y el 40% durante el año que pasó. Las cifras de morbimortalidad por esas otras causas confirmarán eso si es que pueden ponerse al día las estadísticas sanitarias argentinas, que han mostrado aún más retraso que de costumbre, provocando que las decisiones se toman con otros criterios diagnósticos. Quienes evaluamos intervenciones en el campo sanitario deberíamos reflexionar sobre los efectos deletéreos generados por las medidas tomadas durante el 2020; ojalá pudieran recordarlo las autoridades que toman decisiones sin apoyo de información de calidad (completa, relevante, confiable, actualizada). El recuerdo del comentario de ese médico me vuelve una y otra vez, pues fue anticipatorio y metafórico de las pérdidas luego evidenciadas en muchas otras áreas de nuestras vidas.

Decía entonces que por momentos me resultaba inevitable ser pesimista y eso sigue igual hoy. Mencionaba que durante ese trágico 2020 las clases presenciales en todo el ámbito educativo, las consultas médicas y tantas otras actividades productivas, sociales, deportivas y culturales se paralizaron y/o se vieron afectadas, incrementándose notoriamente los niveles de desocupación, pobreza e indigencia. Las políticas públicas compensatorias (por ejemplo transferencias de dinero, entrega de alimentos y/o subsidios) implementadas durante el 2020 resultaron insuficientes, no alcanzaron frente a los daños o muertes; disminuyeron los puestos y las oportunidades de trabajo, a la par que se sumaron no sólo la creciente inflación, más medidas impositivas, mayores obstáculos a las posibilidades de inversión, se profundizaron los quebrantos y aumentó el éxodo paulatino de empresas, empresarios y profesionales.

Parafraseando a Loris Zanatta2, se trata de un goteo. No hay día en que un amigo, un conocido, un amigo de un conocido argentino no se mude a algún país de Europa, o a Estados Unidos, Canadá, o al vecino Uruguay, o a donde sea que se perciba un rayo de luz. País de inmigración como pocos en el mundo, la Argentina ahora exporta población, exporta capital social y humano.

En semejante contexto no debería sorprendernos la disminución drástica de las actividades de evaluación, en especial de aquellas con metodologías participativas y más específicamente las que se realizan en relación con programas sociales que trabajan con los sectores más vulnerables. Sin duda, el gremio de evaluadores es uno más del conjunto de los muy afectados por las medidas en contra de la pandemia. Coincido con la nota que entonces publicó mi colega y amigo Esteban Tapella, afirmando que la evaluabilidad de las políticas y los programas sociales, que ya era menor de la deseable, disminuyó y si eso no hubiera sucedido, pensando de modo contrafáctico y/o distópico, serían muy penosos los hallazgos evaluativos que obtendríamos sobre los efectos de las intervenciones en los contextos de pobreza, que en estos más de doce meses de pandemia se extendieron calamitosamente. Durante las dos últimas décadas se habían logrado avances en el reconocimiento de la relevancia y legitimidad de la evaluación en los países de LAC, pero el contexto pandémico hizo que se retrocedan varios casilleros.

En cuanto a la cuestión educativa, actividad que considero esencial y prioritaria para el desarrollo de una nación, en varios países de LAC está en grave emergencia, tanto o más que la cuestión sanitaria. En Argentina son muchos los que hablan de la “tragedia educativa”. Las regiones más afectadas por el covid-19 en el planeta en estos momentos son LAC y la India; los países que durante el año que pasó mantuvieron de alguna forma la modalidad presencial en los establecimientos educativos de la región fueron la excepción (encomiable el caso de Uruguay); mientras que, en Alemania, España, Estados Unidos, Corea del Sur, Israel, entre otros, han tenido mayor presencialidad, con avances y retrocesos en algunos casos.

Ya en abril del 2020, UNICEF afirmaba que interrumpir la asistencia a las aulas puede tener graves repercusiones en la capacidad de aprendizaje y el desarrollo integral de los niños y adolescentes, particularmente de los más pobres: cuanto más tiempo esos niños de sectores vulnerables dejen de asistir a la escuela, menos probable es que regresen; además, esos niños ya venían teniendo casi cinco veces más probabilidades de no asistir a la escuela primaria que los niños de las familias más pudientes. Los efectos negativos de la pérdida de días de clase en los chicos y adolescentes han sido demostrados en recientes estudios. En Argentina, si antes de la pandemia uno de cada dos adolescentes no terminaba la escuela secundaria, no es difícil imaginar el desastre que sucederá en un futuro inmediato. Se trata de daños evitables que se han convertido en reales y muy probablemente en irreversibles.

Creo que la educación ya no volverá a ser como era, especialmente a partir del 2do y 3er ciclo de escolaridad primaria (básica), en la secundaria (media) y en la universitaria, sino que por bastante tiempo más, por no decir para siempre, habrá que pensar en un balance adecuado de la imprescindible presencialidad y modalidades en línea.

¿Lo dicho sería algo para celebrar? Me parece que en algún punto sí, o sea, tengo un prudente optimismo sobre ese cambio pedagógico que preveo en la región LAC, ojalá más pronto que tarde; cruzo mis dedos para que también pueda concretarse en Argentina, donde los gremios docentes, aún dominantes, siguen bregando en este año 2021, por no volver a clases presenciales hasta que alguna vacuna pueda aplicarse masivamente y que mejoren sus niveles salariales, pero se abstienen de proponer adecuación de los contenidos y las modalidades pedagógicas virtuales.

Hasta donde pude corroborar, no hubo en Argentina priorización ni adaptación de los contenidos curriculares para ser trasmitidos virtualmente de modo eficaz, como tampoco hubo cambios en los modos de evaluar aprendizajes de forma virtual; en general se hizo traslación directa de los contenidos que se impartían y de las evaluaciones que antes se hacían en el aula, a los esquemas de clases remotas.

Durante más de diez años he venido trabajando en evaluación educativa y he podido confirmar que los gremios docentes son los más reaccionarios, quienes más se oponen, no sólo a la evaluación, sino a cualquier cambio pedagógico innovador. Aclaro que diferencio entre dirigentes gremiales y los docentes propiamente dichos, o sea, aquellos que están al frente de aulas: hay una distancia cada vez más apreciable entre ambos; en estos tiempos pandémicos parece haber disminuido la agremiación de los docentes.

Paralelamente, está surgiendo un nuevo actor en la escena educativa: los padres y madres organizados, autoconvocados, a quienes muchos docentes apoyan, que en las semanas recientes han hecho mucho ruido, apoyándose en las redes sociales, instrumento organizacional más inmediato y eficaz que los antiguos. Por ahora reclaman que se mantengan las clases presenciales en los tres niveles obligatorios, siguiendo estrictos protocolos y que la educación sea la última actividad en cerrar siguiendo criterios epidemiológicos y mientras eso sea por tiempos limitados. Sus reclamos se basan en investigaciones que muestran datos acerca de la mayor seguridad comparativa en las escuelas para evitar contagios del covid-19. Espero que posteriormente esos movimientos reclamen además por otras cuestiones relativas a la calidad educativa; tal vez de ese modo los gremios puedan volver al sendero que nunca debieron haber abandonado: luchar por las mejoras en las condiciones de trabajo de sus agremiados dejando de lado la pretensión de conducir las políticas educativas que de hecho obstaculizan desde hace años en Argentina.

Volviendo a mi optimismo acerca de la incorporación de la virtualidad en la educación, debo confesar sin embargo que ver a mis dos nietos cursar las materias de su primeros dos años universitarios sólo remotamente me causa tristeza, pues están perdiendo lo que yo recuerdo (como estudiante y como docente) de ese rico ambiente social, de camaradería, de discusión creativa y de estudio o trabajo con estudiantes y docentes cara a cara; bendigo la suerte de que ellos no cursen carreras tradicionales de ciencias naturales, físicas, químicas, biológicas o médicas, pues no podrían hoy realizar sus prácticas en laboratorios o establecimientos propicios. Por otro lado, me temo que quienes transiten únicamente de modo remoto sus estudios terciarios o universitarios quedarán marcados de modo indeleble y negativo en sus esfuerzos para incorporarse en los respectivos mercados laborales.

Otra falencia que los argentinos arrastramos desde tiempo atrás y que siempre he señalado en mis evaluaciones, se refiere a las capacidades y habilidades docentes en el uso pedagógico de las tecnologías de información y comunicación (TIC), pues gran parte de los planteles carece de éstas (sobre todo, pero no de modo exclusivo, en primarias y secundarias), lo cual quedó más expuesto con la pandemia. Previamente eran escasos los programas destinados al fortalecimiento docente en el uso pedagógico de las TIC; y en esto también hay resistencias por parte de los gremios. Ojalá eso mejore a partir de ahora.

Actualmente en Argentina resulta cada vez más difícil el acceso a un teléfono inteligente, a una Tablet o a una Notebook y en hogares con varios hijos no alcanzan esos dispositivos para que todos puedan seguir las sesiones remotas; tampoco la mayoría de los hogares cuenta con buena conectividad ni con espacios de privacidad apropiados para mantener las clases con la necesaria atención.

Aunque los mencionados obstáculos no existieran, reitero que ninguna TIC reemplaza totalmente la presencialidad, así que, si bien creo que la incorporación de la virtualidad es algo para celebrar, debería balancearse con una proporción de presencialidad bien organizada. Quisiera que las autoridades educativas estén pensando en esas cuestiones, pero no hay evidencias de que eso esté sucediendo. Los que nos dedicamos a la evaluación en el campo educativo, deberíamos considerarlo en forma urgente.

Mi imaginación, a veces algo utópica, no deja de tener claro que se debería destinar enorme inversión y mucho trabajo para un amplio desarrollo de la infraestructura en las TIC de modo que la conectividad a Internet y los equipamientos informáticos alcancen a cubrir todos los rincones de nuestros países, para que esos servicios se universalicen efectivamente, ya que hoy eso agrega otra importante fuente de inequidad en la región.

Lo dicho acerca de un “mix adecuado entre presencialidad y virtualidad” me parece válido también para la evaluación participativa. No me atrevo a ser demasiado optimista en ese caso, no sólo por los requerimientos de distanciamiento físico y las medidas restrictivas en cuanto a reuniones de más de cierta cantidad de personas, sino sobre todo, por las razones que expone Esteban en su citada nota acerca de cuáles son las preocupaciones de los pobladores de los sectores vulnerables en esta situación pandémica y la paralización de las actividades laborales consideradas “no esenciales”.

Recuerdo que en la época más dura del HIV-Sida quienes implementábamos o evaluábamos programas orientados a adolescentes y jóvenes, sin importar cual fuera el campo de su desarrollo integral que abordáramos, incluíamos siempre contenidos referidos a la salud sexual y reproductiva, especialmente la prevención, la detección y el cuidado de enfermedades de transmisión sexual. Lo mismo deberíamos estar haciendo ahora en relación con la población general y la prevención, la detección y el cuidado del covid-19.

Nuevamente parafraseando a Esteban, cuando dice que ahora es tiempo de otras preguntas y otras preocupaciones para la gente, coincido en que quizás no sea el tiempo de evaluar nuestras intervenciones tal como lo veníamos haciendo.

Respecto de lo anterior, diré que no soy religiosa practicante, pero reconozco algunas enseñanzas bíblicas y me viene a la mente el libro del Eclesiastés, en especial la parte donde afirma que todo tiene su momento oportuno y elogia la sabiduría de diferenciar cuando es el tiempo adecuado para cada cosa: un tiempo para plantar y otro para cosechar, un tiempo para destruir y otro para construir, un tiempo para llorar y otro para reír; un tiempo para estar de luto y otro para saltar de gusto; un tiempo para intentar y otro para desistir… Me queda claro que ahora estamos en tiempos para pensar, revisar, adecuar formas y métodos, más que en tiempos para evaluar.

Además, el Eclesiastés nos sugiere disfrutar de la vida, mientras podamos, pues nunca sabremos con certeza qué nos deparará luego; recomienda aceptar con serenidad, sin decepciones, las desgracias y la adversidad, pues también serán tan pasajeras como lo es todo en la vida humana. La incertidumbre y finitud de la existencia es el eje de esas reflexiones. Me parece notable que el narrador del Eclesiastés se llame Kohélet (en griego), que significa «representante de la asamblea», vocero o tribuno de la asamblea del pueblo, quien harto de las ideas dominantes, decide al fin tomar la palabra y difundirla. Tal vez podríamos pensar que ese rol de voceros o tribunos sea actualmente relevante para nosotros, los evaluadores.

Previendo que debamos convivir con el covid-19 por bastante tiempo, aún con las vacunas ya aprobadas e implementadas con mayor o menor cobertura según en qué países, sugiero que los evaluadores nos dediquemos a pensar ahora en cuestiones como las que siguen:

    • Identificar y conformar equipos de profesionales locales y desarrollar modalidades efectivas para su formación a distancia, de modo de evitar que se interrumpan del todo las acciones evaluativas. Eso, sobre todo, hasta tanto sea posible trasladarse a las localizaciones donde se realizan las intervenciones. De ese modo se estaría contribuyendo a dejar “capacidades locales instaladas” en evaluación.
    • Incluir en las evaluaciones contenidos referidos a la prevención y la atención del covid-19 en las poblaciones destinatarias de los programas que se evalúan, promoviendo que éstos a su vez los incluyan.
    • Señalar con más énfasis las deficientes condiciones de vida y los factores de riesgo que se conocían desde antes, pero que quedaron más en evidencia por el covid-19 en los sectores vulnerables: la precariedad de sus viviendas, la falta de agua potable, de higiene y de cloacas, el hacinamiento, la falta de acceso a servicios de salud, de alimentación, de conectividad, entre otros.
    • Relevar y señalar los daños “colaterales” del covid-19 en otros problemas de salud desatendidos o no detectados, como también en el campo educativo, en el trabajo y en las condiciones de vida de las poblaciones, especialmente en los sectores vulnerables, para así recomendar políticas o acciones reparadoras que resulten efectivas.
    • Desarrollar, discutir y acordar protocolos eficaces para realizar reuniones presenciales con actores locales significativos relacionados con la evaluación de las intervenciones.
    • Revisar las metodologías y herramientas, de modo que sean más sencillas y más autoadministrables, para que no se interrumpan indefinidamente las intervenciones y sus evaluaciones.
    • Desarrollar aplicaciones accesibles para evaluar en forma virtual, previo diagnóstico de la viabilidad de esas modalidades en las intervenciones y/o poblaciones específicas.
    • Sistematizar y difundir los modos de trabajo, sus resultados y las recomendaciones emergentes.

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1 Véase https://evalparticipativa.net/

Véase nota de Loris Zanatta – ensayista y profesor de historia en la Universidad de Bolonia – en La Nación del 14 de abril de 2021; https://www.lanacion.com.ar/opinion/pais-de-inmigrantes-la-argentina-exporta-poblacion-nid14042021/

Véase en https://evalparticipativa.net/ su nota del 15 de septiembre, 2020

Véase nota del 25 de abril 2021 en Infobae: https://www.infobae.com/economia/2021/04/25/perdida-de-dias-de-escuela-un-estudio-calcula-los-impresionantes-efectos-sobre-la-educacion-y-el-futuro-laboral-de-los-estudiantes/

Acerca de la génesis y organización de este nuevo movimiento, véase la nota aparecida en el diario La Nación del 25 de abril 2021: https://www.lanacion.com.ar/sociedad/con-los-chicos-no-como-se-gesto-la-union-de-padres-que-lucha-por-la-educacion-nid24042021-2/

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